Esa mañana, aun vistiendo la amplia camisola
blanca para dormir, tan blanca como su barba, comenzó a leer las cartas de
pedidos de regalos.
Sus duendes asesores estaban asombradísimos,
carta tras carta repetían frases similares. Como si todas hubiesen sido
escritas por la misma persona. Solo de vez en cuando podía leerse al inicio el párrafo:
“Querido Papá Noel….por favor, desearía…”
La mayoría comenzaba con un: “Quiero
tal cosa…”, o simplemente, la nota hacía referencia al objeto en cuestión, o
despreocupada y sueltamente mencionaban dos por las dudas, como si fuera una
oferta de Navidad. Un clásico del: “deme dos…”, o del “dos por uno”.
Don Noel demoraba varios minutos
con cada carta entre sus manos, reflexionando más allá del pedido, como sería
la vida de esas personas. Cuáles serían sus necesidades. En algunos casos, Noel
fantaseaba que quien pedía dos celulares seguramente era para regalar el
segundo y así poder mantener una comunicación fluida con un ser querido.
Sus duendes, que leían las cartas
por sobre el hombro del voluminoso personaje navideño, se reían disimuladamente
o hacían morisquetas tapándose la boca para no distraer la atención en la lectura
de tales reclamos, sin mencionar el modo y las faltas ortográficas.
El más anciano de los duendes,
con sus gafas redondas y el ceño tan fruncido que parecía tener una sola ceja,
protestaba por lo bajo.: “¡Esto se está saliendo de control!, ¡tanto regalo,
tanto esto, tanto aquello…!”, ¡esto de los regalos ya no es un premio, una
retribución al esfuerzo y las buenas acciones!, ¡es una obligación en recompensa por la “vaguitud” alimentando la avaricia…!
El resto de los duendes, que
compartían los pensamientos del duende Anciano, le hacían gestos para que
hablara más despacio mientras asentían con la cabeza.
En otros tiempos, el “espíritu navideño”
estaba construido por la esperanza, la ilusión, la dedicación, la alegría, la
diversión, el cariñó, el amor. En donde sobre la mesa familiar se servía una
gran bandeja decorada con momentos de reflexión, acompañada de un tazón de
aceptación para condimentar, y junto a unas altas copas llenas con el
cristalino liquido del perdón para el brindis.
Tal vez los pensamientos, o los
gruñidos del Duende Anciano fueron oídos por Don Noel, la cosa es que de pronto
saltó de su viejo sillón cayendo sobre sus dos pies y sus brazos en forma de
jarro con sus puños cerrados sobre la cintura.
En la gran sala se produjo un intenso
silencio, tan intenso que el “mismisimo silencio” aturdía.
Todos los duendes conocían esa
pose de Don Noel, algo se avecinaba, algo drástico iba a suceder muy
prontamente. Y como los que se encargaban de producir eran ellos, los duendes, tenían
que estar preparados para las nuevas decisiones.
Mientras que con una mano se
acomodaba la barba y con la otra los pocos pelos de la cabeza, con esa mirada
acompañada de una sonrisa picaresca, comenzó a balbucear pensativo. Entonces,
con voz firme dijo: “Manos a la obra, vamos a releer entre todos las cartas, y
las que no tengan firma, responderemos con un –“por favor, te agradecería me
indiques quien eres ya que tenemos varios pedidos iguales y sin nombre-“. Para
los que han pedido dos regalos iguales, les consultaremos a quien le van a
regalar el otro, así le evitamos el envió y se lo entregamos nosotros en su
nombre. A los que han pedido sus regalos con un “quiero…”, les responderemos
con un “que necesitas en tu vida ahora…”.
Todos los duendes comenzaron a
correr de aquí para allá repartiendo hojas en blanco y lapiceras, mientras el
resto de los duendes repartían las pilas de cartas con los reclamos de regalos.
-“Ah, una cosa más”- grito Don
Noel, a todas las cartas las firmaremos diciendo que: “deseo que descubras ese
momento de silencio que te permita reencontrarte con vos mism@ y aceptes
abrazarte tal cual eres”.
Este es mi deseo para estas
fiestas,
Un fuerte y cálido abrazo,
Ernesto Reich.
23/12/21.