“todos los cambios están más o
menos teñidos con la melancolía porque lo que dejamos atrás es parte de
nosotros mismos”. Amelia
Barr.
Evocar recuerdos trae al
presente las emociones que se vivieron en situaciones pasadas. Desde buenos
momentos hasta tristezas o miedos.
Volvemos a vivir en nuestro cuerpo
idénticas sensaciones sentidas en aquel pasado. Cuantas más veces repitamos el
recuerdo, más química se producirá dentro de nosotros. Cada recuerdo agradable
será acompañado de una sensación química que nos estimula, llena de energía,
crea en nuestra percepción una visión maravillosa de la vida.
Existen, en nuestros cuerpos,
cuatro químicos naturales que suelen ser llamados como el “cuarteto de la
felicidad”, ellos son: endorfina, serotonina, dopamina y oxitocina.
La melancolía nos trae a la
memoria que, algo que en algún momento existió y ahora está ausente. Que ya es
imposible recuperar.
Como sentimiento, la
melancolía, es ambivalente. Disfrutamos del recuerdo y sufrimos por la perdida.
Antiguamente era considera un
verdadero trastorno, una enfermedad.
En Grecia, Hipócrates se
refirió al exceso de bilis
negra como la causa de la melancolía, la tristeza, el abatimiento, la
depresión y la apatía. Esta idea se mantuvo hasta el Renacimiento.
El planteo de Hipócrates
sostenía que el cuerpo está compuesto por cuatro sustancias básicas,
denominadas “humores”. De acuerdo a los equilibrios y desequilibrios en las
cantidades de estas sustancias determinaban la salud del organismo.
Estos “humores” correspondían
a los elementos aire, fuego, tierra y agua. En el caso de la Bilis negra, se
la vinculada al elemento tierra, cuyas propiedades eran el frío y la sequedad.
Independientemente de las características del
temperamento, todos podemos experimentar melancolía.
Sentir desanimo, tristeza, decepción,
abatimiento o transitar un período de nostalgia es algo natural, dentro de los
parámetros saludables sin considerarse algo patológico. Es imprescindible actuar cuando este estado
perdura en el tiempo y se obstaculiza poder encontrar otra dirección.
Al direccionar nuestros pensamientos
permanentemente al pasado, buscando y removiendo historias, recuerdos o
personas, el presente al cual pertenecemos comienza a perder sentido.
La realidad presente se convierte en un
padecimiento insatisfactorio y siempre hay algo que falta.
Por detrás de la melancolía subyace la
carencia. Miramos al pasado como un viaje en el tiempo, deseando aferrarnos a
lo inexistente ya que su recuerdo nos gratifica, nos endulza por un momento.
Luego, surge la frustración de regresar a
nuestra vida cotidiana ya que, sin una actitud positiva y de valoración, se
pierde la perspectiva de aceptar la importancia de nuestra activa participación
en el el día a día como un proceso crecimiento personal.
Se consolida la creencia de que “todo tiempo
pasado fue mejor”.
¿Podemos situar la melancolía como algo
detestable, depresivo y asociarlo a sentimientos negativos exclusivamente?
El primer viaje a la Luna se realizó dentro
de la mente de quien imaginó algo así, a partir de sus recuerdos y experiencias.
Por lo tanto, la melancolía tiene sus
aspectos positivos en nuestra vida cotidiana. Todo va a depender de cuan
observadores somos de nuestros pensamientos y con qué fin recurrimos a ella.
El ejercicio que utiliza la persona
melancólica en evocar el pasado la convierte en detallista ya que disfruta de
todo aquello que complemente sus recuerdos.
Esto también estimula la memoria, almacenando
gran cantidad de información que clasifica y ordena meticulosamente.
También estimula la creatividad, ya que quien
disfruta de la añoranza, decora lo ocurrido “cada vez más lindo”. Si aprendemos
a orientar nuestros aspectos creativos podemos transportarlos al futuro.
Recrear nuestros recuerdos hacia nuevos proyectos y metas, habilitando nuevos
estímulos.
El saber encontrar en el pasado el placer de
revivir una situación acrecienta una cierta exigencia en estrategias de como
procesar la información más adecuada.
Tanto la cronología de los hechos ocurridos
como la verosimilitud de los mismos son importantes.
Todo esto también facilita poder enfrentar
los propios miedos ya que se cuenta con una gran cantidad de información para
comparar entre lo que se siente como hostil y lo que realmente percibimos.
Lejos de ser un sentimiento negativo, la
melancolía puede alentarnos en el presente, si reconocemos que nuestro
lugar-tiempo es aquí y ahora.
Cuando nos anclamos en un pasado imaginario
que sabemos nunca llegará, le abrimos las puertas a la insatisfacción y la
depresión.
La persona con temperamento melancólico suele
poseer una sensibilidad emocional extrema ante la realidad cotidiana, pudiendo refugiarse
en la introversión, analizando y desmenuzando cada detalle.
La atención con la que evocan sus recuerdos también
les convierte en personas que requieren de una profunda concentración cuando
realizan cualquier tarea, volviéndose muy perfeccionistas. Esto también les
vuelve vulnerables padeciendo cambios emocionales bruscos.
Cuando te sientes agobiado por la melancolía,
lo mejor es salir y hacer algo amable por alguien (Keble)
Por lo tanto, y tomando la frase anterior, la
acción nos salva de alimentar la frustración en el presente para justificar recluirnos
en el pasado.
El estado de conflicto, de fricción, está
dentro de nosotros. Sentir emociones es algo inherente al ser humano, ser ellas
quienes nos gobiernen es algo diferente.
Reconocer las propias virtudes, auto
valorarnos, aceptar el reconocimiento de otros, son herramientas aptas para
realizar cambios personales. Para convertir en aliadas a aquellas emociones y
sentimientos que obstaculizan el desempeño de nuestra vida. La felicidad es un
estado que se elige y se construye.
Ernesto Reich, Reflexólogo Holístico/Instructor.
Director de la Escuela Holística Argentina de Terapia Reflexo Facial.
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