Resignificar la ausencia…en épocas del coronavirus.
¿Qué es para vos la ausencia?
¿Una carencia?
¿El abandono de la presencia de algo o alguien?
¿La falta de existencia de algo o alguien?
Nadie está preparado hasta que la ausencia llega.
La situación de ausencia es un terreno misterioso y poco explorado, nos
asalta inesperadamente y en muchos casos, solo conocemos sus síntomas y
consecuencias.
Desde la desaparición de un objeto, la pérdida de un espacio social o
laboral, un ser querido por distanciamiento o muerte, la ausencia produce un
profundo quiebre en nuestras vidas.
También la pérdida del ritmo diario de vida genera ausencia.
La ausencia de las rutinas cotidianas.
El transitar libremente e interrelacionarnos con quienes deseemos.
Concurrir a los espacios de trabajo, de esparcimiento.
De pronto cada acto debe ser premeditadamente planificado.
El barbijo, los guantes, el alcohol en gel.
Perdemos la espontaneidad conocida, y en muchos casos en automático.
Ahora necesitamos observar más atentamente nuestros movimientos.
Todo se modifica y las convivencias se reacomodan.
Perdemos el individualismo en pos de medidas que engloban una actitud
social y comunitaria.
Este nuevo orden produce tensión, estresa y como toda situación conflictiva,
nos desestabiliza.
Como seres racionales podemos recomponer las piezas en este nuevo rompecabezas
desde lo intelectual.
Nuestra mente logra juntar los pedazos.
Aparecen frases y palmaditas sobre nuestros hombros.
Mensajes de texto, video llamadas, encuentros virtuales.
Aun así, en nuestro interior, algo puede quebrarse y quedar atascado.
Se alteran nuestras emociones y el modo en que vemos y disfrutamos la
vida.
El efecto de la ausencia se hace presente.
En ese momento comienza el proceso del duelo, sin tiempos.
El universo emocional de cada persona es único e irrepetible.
Cada persona transitará diferentes reacciones.
Interiormente, cada uno descubre a su ritmo cuando se cierra un ciclo en
su vida, para dar lugar al comienzo de otro nuevo.
Elizabeth Kübler Ross, psiquiatra, planteó la teoría de “las cinco
etapas del duelo” orientado a las personas que están en estado terminal.
La Negación; la Ira, rabia, resentimiento; el Pacto, la negociación con
el dolor y culpa; la Depresión; y la Aceptación, la Resiliencia.
Estas etapas nos posibilitan, por sobre todo, poder identificar y poner
palabras a algunas de las infinitas emociones que pudieran atravesarnos ante
una situación de perdida.
Estas etapas carecen de un tiempo de duración y orden preciso.
Por ello, los siguientes parrafos proponen posibles situaciones que
pudieran surgir.
Aceptar y permitirse estar en duelo.
Nuestra primera reacción es
de desconcierto ante lo que ocurre.
También la negación.
“¡esto no puede ser!”, “me están
engañando”…
La confusión, negar la
realidad es tan solo un mecanismo de defensa. Necesitamos poner un muro,
aislarnos, evitar el sufrimiento.
Podemos distraernos de
sentir dolor, negarlo. Luego reaparecerá.
Un comienzo es permitirse estar
mal.
Reconocer sentirse
vulnerable, de necesitar estar contenido.
Aceptar que todos nuestros valores,
intereses, ocupaciones y amistades se verán alterados.
Las costumbre pueden
cambiar, desdibujarse, todo esto será pasajero.
Para transitar este momento
necesitamos enfocarnos en estar presente en el ahora.
Suspender todo pensamiento
de lo que hubiese sido o de lo que podría ser.
Solo existe lo que siento
ahora y el momento en el que me encuentro. Instante a instante.
Aceptar y permitirse el dolor.
Si sentir dolor es algo
insoportable, aceptarlo, permitirlo y expresarlo puede ser mucho peor.
Un nuevo momento en estas
etapas es abrir nuestro corazón al dolor, encontrar palabras para corporizarlo.
Seguir caminando como si
nada ocurriese, negando la realidad, acorazados de todos y todo, solo nos
convierte en un volcán al borde de la erupción.
De a poco, necesitamos lograr
expresar el miedo, el enojo, la tristeza, descubrir con que palabras podemos
nombrar nuestras emociones.
Así evitaremos que
permanezcan alojadas en nuestro cuerpo con la posibilidad de provocar
disfunciones.
Aceptar y permitirse el tiempo necesario para
sanar.
Cuando sufrimos un
accidente, luego de aceptar lo ocurrido y su dolor, lo que resta es transitar
el camino de sanar.
Un camino de tiempos muy
personales.
Los tiempos que necesite
cada uno. El resto son estadísticas.
Desde uno a tres años, pero
hasta siete años también…
Cada ser necesita transitar
la perdida a su manera y de un modo sentido.
Lograr encontrar un lugar para
todos esos sentimientos que, lo que o a quien se haya perdido, nunca va a
escuchar.
Este tiempo de sanación también
traerá recaídas.
Circunstancias como
aniversarios o fiestas que provocaran recuerdos, evocando una vez más la
ausencia.
Aceptarse con paciencia.
Permanentemente sembramos
paciencia ante las circunstancias de los demás.
Para con nosotros mismos,
somos jueces rigurosos y poco contemplativos.
Las emociones así como
llegan, nos movilizan y sacuden, también se van.
Retenerlas, como queriendo
retener lo perdido, solo terminan lastimando y poniendo en evidencia el vacío
de lo perdido, la ausencia.
Además, nos consume mucha
energía.
Abrazarnos con paciencia,
contemplarnos con la mirada de un niño, con ingenuidad, con inocencia, nos
habilita a poder acompañarnos interiormente.
Actuemos con gentileza, con
actitud amorosa hacia nosotros. Recordemos que no somos el enemigo.
Aceptar que una parte de uno quiere morirse.
¿Qué sentido tiene estar
sin su presencia?
Es natural ante la ausencia
de un ser, surja el deseo de querer partir también.
Ante la pérdida de algo,
perder el significado de vivir.
Es tan solo un sentir, una
necesidad de querer conservar el contacto con lo que se ha perdido de cualquier
modo.
Los intensos sentimientos
de tristeza, culpa, rabia, abatimiento o confusión son solo eso.
Sentimientos que tan solo son
una parte de todas las partes que como seres nos conforman.
Observemos todas las
maravillosas posibilidades con las que contamos, más allá de la oscuridad que
tenga el túnel que se nos presenta por delante.
Permitirse evitar las decisiones trascendentes.
Cambiar equivocadamente un
producto es fácilmente reparable.
Decidir apresuradamente, abalanzarse
a nuevos proyectos, provocar la ruptura o inicios de relaciones, puede teñirse
de emociones o frustraciones.
La ausencia de la distancia
y objetividad necesaria para observar realmente lo que necesitamos puede
provocar importantes desaciertos.
Aceptar y
permitirse el descanso, la diversión, el disfrutar y la sana alimentación.
La ausencia, el abandono,
despierta más desamparo.
Sentir la pérdida de
aquello que nos nutre en cualquier plano, acrecienta la sensación de carecer de
derecho a nutrirnos.
Conservar los horarios de
sueño, la preparación de los alimentos saludables evitando excesos, la
organización de momentos de esparcimiento solo o en compañía. Todo aquello que
nos nutre y contiene afectivamente.
Y ante todo, descubrir y
organizar el ritmo interno necesario en cada situación.
Aceptar la necesidad de contención y apoyo en
otros.
Ante la sensación de
minimizar una perdida y la creencia de pretender arreglarnos solito, debemos
agudizar el cuidado.
Tan solo uno puede
encontrar las respuestas a su propio dolor.
La presencia de otro puede
facilitar las palabras que proyecten el camino.
Negar el acompañamiento es
negar la posibilidad de reparar el dolor de la ausencia.
La ayuda llega cuando uno
está abierto a recibirla y la pide.
Aceptar también la
posibilidad de recurrir a la ayuda profesional, sea la elección y necesidad que
prevalezca.
Permitirse confiar en uno mismo, escucharse.
Los pensamientos diariamente
nos aturden, nos dirigen y hasta nos confunden…
Escucharnos, reconocer
nuestra voz interior, es abrazar nuestra guía. Esa la voz que mas nos conoce,
la que siempre nos ha acompañado en toda clase de circunstancias…y, un duelo,
es una circunstancia mas en el proceso de la vida.
Resignificar la ausencia es encontrar el sentido del aprendizaje, el para que necesito transitar
esta experiencia en mi vida…
Permeabilizarnos ante la
ausencia para descubrir que nueva semilla puede florecer.
Es descubrir toda la fuerza
interior que contenemos, por mérito propio y, la recibida en herencia de las
generaciones anteriores.
Es reconocer al niño que le
dejó paso al adolescente que se transformó en adulto y, todos ellos juntos,
conviven dentro nuestro.
A partir de allí, se puede encontrar
un nuevo significado en cada aspecto y plano de nuestra existencia.
La magia esta en encontrar
la plenitud al aceptar cada momento, estando presente.
Lo que la
oruga interpreta como el fin del mundo es lo que el maestro denomina mariposa. (Richard Bach)
Ernesto Reich,
Reflexólogo Holístico. Abril/2020.
La psiquiatra Elizabeth Kübler Ross (suiza-estadounidense/1926-2004) experta
mundialmente en cuidados paliativos y en atención de personas en situación de pérdidas,
desarrolló una teoría que llamó: Las 5 etapas del Duelo.