Ensayo - Soy el Coronavirus.
Por Ernesto Reich
La energía se expande, se contrae y se retroalimenta.
La vida busca su continuación. Todo elemento vivo quiere
continuar existiendo.
Agotará todos sus recursos para mantenerse vivo. Buscará los
mejores elementos que lo contengan y nutran, descubrirá a cada momento como
preservarse y crecer.
Para sí mismo, es la magnífica creación reinante de la
existencia, desatendiendo las características de su entorno. Solo privilegia su
supervivencia, evitando su extinción. Todo aquello que atente contra su vida es
un problema, un enemigo, un ejército invasor mancomunado atentando por borrarlo
de la faz de la tierra.
Siendo un ser vivo contiene la semilla de la creatividad,
fuerza, adaptabilidad, ritmo. Se considera parte de la creación y como tal va a
dar lucha por seguir existiendo e interactuando.
Lo que está vivo quiere seguir estando así.
Desarrolla, ejercita nuevas rutinas y opciones de confraternizar
con diferentes medios. Todo para continuar vivo, sin importar las
consecuencias.
Así como un virus es metódico, nosotros, sus “huéspedes perfectos”
también debemos serlo.
Carta de un Covid a otro...
Hola, soy el coronavirus.
Tengo algunos meses de vida.
Antes de mi nacimiento no tengo recuerdos. Tal vez haya existido
antes en otra vida o en otro estadio pero intuyo que la memoria no es mi
aspecto más fuerte.
Esta ausencia de recuerdos está unido a una profunda sensación
de orfandad, de estar abandonado a mi suerte. Por eso debo subsistir por sobre
todo y en cualquier medio.
He escuchado el modo en que me llaman. Me tratan de virus, me
han codificado con letras mayúsculas y números. Me han insultado calificándome de
varias maneras. Ahora, podrían haber utilizado algún nombre más delicado, algo
como Wuhancito o Coronita. Al parecer ya estaba estipulado que así debía ser.
Reflexionado en este corto tiempo de vida, tal vez si he sido un
error, un experimento o parte de algo más importante, una nueva entidad. Solo sé
que aparecí y que una sensación que he llamado instinto me impulsa a
preservarme.
Es algo que sí tengo claro, necesito sobrevivir.
Considerando las mejores alternativas desarrollé diferentes
estrategias para asegurar mi existencia repasando una y otra vez todos los
cuidados en los que no puedo fallar.
Esta sensación que llamé instinto me mantiene alerta y se alimenta
con cada decisión que tomo o los errores que cometo.
Con los días he aprendido muchas cosas nuevas.
Dado que mis proporciones parecen ser muy pequeñas en relación a
otras entidades que he ido conociendo, decidí que necesito un espacio mayor en
donde desplazarme, habitar y nutrirme.
Después de un par de intentos fallidos en los que casi pierdo la
vida encontré el “huésped perfecto”. Estando en él las condiciones son
perfectas, puedo preservarme.
La soledad al comienzo fue abrumadora pero al encontrar al “huésped
perfecto” todo cambió.
Una mañana, muy al principio, me descubrí mirándome a mí mismo,
igual, con idénticas características y, de pronto, otros yo surgieron. Y todos bien
predispuestos a crecer, relacionarse con el medio y expandirse. Luego de
algunas dudas comprendí que debía llamarlos hermanos y, que entre todos, constituíamos
una familia.
Alcancé a contar centenares idénticos a mí, porque también
descubrí que puedo hacer eso. Además de multiplicarme se contar. En esta época
ser tan pequeño y saber contar debe ser algo muy importante.
En nuestro “huésped perfecto” todo era ideal pero esto duró poco
tiempo. Algo en su interior comenzó a deteriorarse comenzando por aumentos de movimientos
acompañados de sonidos graves llamado tos seca. Comenzaron los cambios
climáticos con pronunciados aumentos de temperatura y fuertes cambios en el
aspecto de los paisajes interiores.
Estos cambios nos obligaron a desplazarnos dentro de nuestro “huésped
perfecto” en búsqueda de nuevos territorios poco explorados. Las condiciones
del aire cambiaron y todo se volvió más turbio, enrarecido.
En cuanto a la temperatura todo comenzó a sobre-calentarse. Allí
descubrimos que el exceso de temperatura hace peligrar nuestra subsistencia
salvo que la humedad esté presente. A diferencia de nosotros nuestro “huésped perfecto”
es afectado gravemente por estas temperaturas. Se manifiestan en él algo así
como escalofríos además de estados de dolores en diversas regiones.
Grandes cantidades de sustancias medio gelatinosas a las que
decidimos llamar: ”flema” cubrieron todas las superficies y, las permanentes movilizaciones
provocadas por esto llamado tos, provocaban su continuo desplazamiento.
Hemos comprobado
que en algunos “huéspedes” esta flema está acompañada de un líquido rojizo que
le dicen sangre.
Pareciera ser que los “huéspedes perfectos” no existen. Luego de
un tiempo comienzan a deteriorarse. Se podría considerar entonces que su
impresionante tamaño no condice con su durabilidad. Son más débiles de lo que
imaginamos.
Hasta llegan a perder la conciencia.
Algo llamado estornudos provocó que muchos de nosotros fuésemos lanzados
al espacio exterior exponiéndonos al peligro. Esta nueva experiencia nos sumó
un importante descubrimiento, podemos sobrevivir en algunas superficies en
mayor o menor tiempo, permitiendo poder encontrar otros nuevos “huéspedes perfectos”.
También descubrimos que en otros medios podíamos encontrar acceso
a los “huéspedes”. Producen extraños sonidos fuertes que llaman palabras, muy
cerca unos de otros, como escupiendo, esto nos permitió flotar unos instantes
en el aire para alcanzar nuestros próximos objetivos.
Todos estos cambios al comienzo fueron desoladores. Con cada
nueva experiencia perdimos muchos hermanos hasta comprender que podíamos extendernos.
Generar nuevas familias en muchos “huéspedes perfectos” a la vez, viajar a
otros continentes y así establecer nuevas colonias.
Los “huéspedes perfectos” son muy predecibles. Carecen del
sentido de prevención. Se tocan todo el tiempo, se llevan las manos sin
higienizarse a la cara, los ojos, la nariz o la boca. Esto nos juega a favor en
nuestra tarea de mantenernos vivos y preservarnos.
Los “huéspedes” que adoptan otros hábitos nos exterminan sin
piedad. Utilizan compuestos extraños llamados jabón, alcoholes o lavandinas.
Altamente nocivos para nuestra salud. Aprendimos que nada es perfecto por lo
que desarrollamos un exhaustivo plan de colonización que ellos llaman de
pandemia.
En pocas semanas logramos alcanzar lugares insospechados,
aprendiendo a interpretar nuevos lenguajes, convivir en diversas culturas y
descubriendo diferentes características de los “huéspedes”.
Ellos tienen género y diferentes momentos de vida que llaman
etapas evolutivas. Cuantos más jóvenes son, mayor es la resistencia que nos
presentan. Logramos anidarnos, sentar nuestras bases pero sus defensas nos
sobrepasan en números y debemos declinar, implementando rápidas medidas
migratorias.
Los “huéspedes“, en una etapa evolutiva muy avanzada, nos
facilitan un terreno más propicio. En general, ellos cultivan otros tipos de
colonias llamadas enfermedades preexistentes. Si bien descubrimos que la expectativa
de sobrevivir se acorta, logramos alcanzar nuevos “huéspedes” aglutinados en
espacios cerrados. Todo suma.
Tal vez cuando leas estas líneas ya haya dejado de existir víctima
de algún agente químico. Solo deseo manifestar mi experiencia, mi legado. Aun y
después de casi cuatro meses de conquistar extensísimos territorios poblados por
millares de “huéspedes” somos escasamente conscientes de nuestro sentido de
existir.
Si realmente tenemos alguna misión en la vida lo desconocemos. Lo que
si podemos asegurar es que la imperiosa necesidad de sobrevivir ha sido
provocada por el miedo a la extinción.
Aunque uses barbijo;
Cordialmente te saludo, Covid-19.
27/3/2020.
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